El «voto latino»: el encapsulamiento de las minorías y la emocionalidad inestable

Mientras esperábamos los resultados finales del largo y poco ejemplar proceso electoral en los EEUU, quisimos abordar uno de los temas omnipresentes en la prensa a lo largo de estos últimos meses, el “voto latino”, para tratar de entender algunas de las ideas que se esconden detrás de esa extraña entelequia, tan sabrosa y apetecible como elusiva e inconstante. .

Pero antes siquiera de tratar de acercarnos a eso llamado voto latino  debemos preguntarnos, a modo de prueba, si existe un “voto blanco” y cómo es… . Y la respuesta obvia es No. No se tienen noticias de que exista o haya existido alguna vez algo llamado voto blanco o voto caucásico.

Nadie espera que la ciudadanía blanca estadounidenses vote como si fuera un sujeto uniforme. Sabemos que existen clivajes que tienen que ver con el género, con la edad, con la escolarización, con la clase a la que se pertenece, con la zona de residencia, con las experiencias personales, con los intereses, y con un factor crucial que muchas veces se deja de lado: las ideas (o cuando esas ideas conforman un conjunto coherente, la ideología).

Nos enfrentamos entonces a una situación compleja en la que será interesante que nos detengamos. Por un lado, se acepta como obvio que sería imposible (e inútil) tratar de definir un “voto blanco” y adjudicarle características distintivas y orientaciones previsibles. Pero por otro lado se espera que los votantes latinos (ahora que los cambios demográficos los presentan como un sector interesante en términos electorales) expresen con su voto el reconocimiento y la fidelidad hacia a un partido que (siempre en el terreno de las suposiciones) los defiende.

Cuando se espera que eso ocurra, cuando se confía en que ese «voto latino» esta vez definirá los resultados en tal o cual Estado, no se está teniendo en consideración que entre quienes tenemos orígenes latinoamericanos y vivimos en la América anglosajona (porque lo que ocurre en los EEUU aplica también para el caso canadiense) no sólo operan los mismos clivajes que operan entre la población blanca (género, edad, escolarización, ingresos, zona de residencia, experiencias personales, intereses ¡¡e ideas!!) sino que operan además otros tres clivajes cruciales: el color de piel (y los privilegios que se disfrutan o no en base al color heredado), las experiencias políticas de los diferentes países de procedencia, y el hecho de que se sea latino de primera, segunda, tercera, o cuarta generación.

Existe mas heterogeneidad entre la población latino/hispano/norteamericana que entre la población a la que se suele adjudicar un origen europeo o entre la población negra. Y la pregunta entonces es: ¿por qué, si existen tantos elementos que contradicen la existencia de algo que pueda definirse como “voto latino”, tenemos tal empeño en actuar como si en verdad existiera, y como si, existiendo, tuviera que tener una orientación determinada?

El racismo y la singularidad

Cuando en una sociedad existe una mayoría convencida de su excepcionalidad y de su superioridad, es decir cuando están bien asentados los cimientos de un racismo estructural como el que padece la sociedad norteamericana, resulta conveniente que las minorías queden encapsuladas cultural y simbólicamente. Y ese encapsulamiento requiere una homegeneización que se promueva activamente desde el discurso del sentido común y desde las instituciones (entre ellas la prensa) y en lo posible se autoasuma. Es decir que los encapsulados sientan que su burbuja es el lugar que les pertenece. Que se autoperciban como «otros».

En una sociedad así «los otros», para que su otredad sea visible y duradera no sólo deben ser diferentes sino que, y esto es esencial, deben parecerlo. Deben actuar de modo distinto y para eso es esperable que lo diverso no opere en su interior. Se espera entonces que enfrentados a una situación determinada hagan todos lo mismo, como las ovejas y las cabras.

Se espera que si, por ejemplo, tienen que elegir un partido político al cual apoyar, se vuelquen homogéneamente hacia uno de ellos. Como si fueran un conjunto de personas tan elementales y tan simples, que en ellas, los clivajes que hemos mencionado y que son normales en otro tipo de gente, (género, edad, clase, educación, experiencia, intereses, procedencia, ¡e ideología!!) no debieran operar. Como si no fueran ciudadanos autoreflexivos y con intereses propios y legítimos que aspiran a contribuir a la construcción de un proyecto de país mejor, sino multitud votante, elemental y agradecida. Gente amarronada a quien Joe Biden les puede citar tres palabras de Despacito como si eso debiera bastarles.

Minoridad y falta de racionalidad

Cuando se trata de encontrarle razones a la falta de homogeneidad de eso que ha dado en llamarse voto latino, es posible caer en la tentación de adjudicarle, a quienes no cumplen con lo esperado, alguna característica que los deslegitime. Y en esa operación se corre el riesgo de deslegitimar a todo el conjunto.

El periodista de origen hispano Ruben Navarrete, en nota publicada el 19 de octubre a propósito de los votantes latinos de Donald Trump, comenzaba afirmando que los votantes latinos (no sólo aquellos que lo votan sino todos) son impredecibles. Pero agregaba además algo sorprendente (y generalmente aceptado):

«White Trumpers often overlook some of his personality traits because they like his policies. Latino Trumpers often overlook some of his policies because they like his personality».

 

Vale la pena leer esa frase dos veces porque el ingenioso juego de palabras utilizado ayuda a aceptar como cierto el contenido racista que trasmite.

La cabriola notable y quizás inconciente de esta frase es que a los votantes blancos de Donald Trump se les atribuye una racionalidad que a los latinos se les escamotea. Al parecer los trumpistas blancos suelen son capaces de pasar por alto algunos aspectos de la personalidad del candidato republicano porque coinciden con sus propuestas. En tanto, los latinos que votan a esa misma persona, lo harían por motivos totalmente opuestos… ¡y por supuesto! irracionales. No vinculados a la política (que es al parecer un terreno en el que los blancos se moverían con particular soltura), sino al magnetismo personal de un demagogo autoritario y narcisista (algo a lo que los latinos, como nos dice una y otra vez el estereotipo construido, son especialmente sensibles).

Hace muchas décadas, las feministas de la Segundo Ola hicieron visibles los mecanismos que operaban socialmente para mantener a las mujeres como seres humanos inacabados. Las mujeres, según las creencias instaladas hasta entonces y asumidas como verdades poco menos que inapelables, son emocionales, instintivas e inconstantes, por oposición a la racionalidad, la moralidad y la decisión masculinas. Son inestables, impulsivas, y por lo tanto impredecibles. Es decir, ocupan un lugar de minoridad respecto a los hombres, que por lo tanto deberían atenderlas con esmero y cuidarlas para que no se descarrilen.

Bien… aún asumiendo que la preocupación de Navarrete, como periodista que escribe desde el estado de Arizona sea válida, aún reconociendo que su artículo es interesantísimo, y aún admitiendo que él seguramente conoce mejor a los latinos que votan a Trump que quien esto escribe, cabe preguntarse: ¿no es sintomático que el mismo tipo de argumento que se utilizaba para minorizar a las mujeres (la emocionalidad, la falta de racionalidad y la imprevisibilidad), se utilicen para deslegitimar a una minoría cuando no responde al patrón de homogeneización esperado?

Hay algo de mentalidad colonial y patriarcal encubierta en el uso de los votantes latinos de Donald Trump como excusa para volver ¡otra vez! al estereotipo gastado de los latinos/as emocionalmente inestables, irracionales, pasionales e imprevisibles… Un poco tontos. Un poco tontas.

¿No sería más sencillo entender que no todas las personas de origen latinoamericano somos iguales ni queremos lo mismo? Aceptar que venimos de un continente más vasto que los EEUU y notoriamente más diverso que el mundo anglosajón, y que tenemos ideas, experiencias, concepciones del mundo, intereses, racionalidades, deseos y aspiraciones diferentes?

¿Habrá servido lo que acaba de suceder con el «voto latino» para que se entienda que no somos reducibles a una cosa única y menos aún cuando votamos?

¿No sería mucho más sensato reconocer que así como entre los blancos existen muchísimas personas (cada día más) muy fácilmente seducibles por el autoritarismo y la peor demagogia neofascista del trumpismo, entre los latinos también los hay, porque tanto los unos como los otros están cortados por la misma tijera (una educación sesgada, la desconfianza, el temor por un mundo que no se parece en nada al que les habían prometido, el desengaño por todo lo que han perdido con una globalización que los dejó de lado, la xenofobia y el racismo, la mescolanza entre religión y política que tanto los acerca a los integristas, y la admiración por los que ostentan poder y no necesitan respetar ningún límite?

No hay, les guste o no, un «voto latino». Hay latinas y latinos que votan, y latinas y latinos que no. Y quien aspire en el futuro a contar con esas personas de su lado, deberá tratarlos y tratarlas como ciudadanos y ciudadanas diferentes y no como meros elementos uniformes de una entelequia encapsulada. Y deberá entender además que nunca logrará que estén todos de un lado.

Como ha dicho bien Alexandria Ocasio Cortez en declaraciones recogidas por el portal Político el viernes 6 de noviembre:

“The overall fixation on Latinos is a scapegoat, because what’s implicit in that is the assumption and the entitlement that a hundred percent of communities of color must turn out for Democrats and anything less is a failure while we just … allow us to lose vast majorities of white voters without any introspection.”

 

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