El mar Caribe es una larga y extensa masa de agua frente a la costa de Santo Domingo. Es violento, sus olas y espuma blanca parecen rizos de Yemayá. Está lleno de muertos de agua, de silencios, con razón le damos la espalda. .
Autora:
Aniova Prandi – Artista visual, teatrista, maestra, caribeña, afrolatina, investigadora.
@aniovaprandi – website
Como oriunda de Santo Domingo, la capital de RD, crecí con él. Si vamos bajando de norte a sur se ve siempre a lo lejos, y dependiendo de donde estemos parece erguirse sobre el asfalto, parece que podría traspasar los bordes. Sin dudas, para tode isleñe el agua es muy importante. Pero el mar también atrae a miles de turistas. Vienen en búsqueda de naturaleza exótica.
Se han reubicado sistemas coloniales en modelos turísticos como hace más de 500 años. El Ministerio de Turismo, con el fin de generar ingresos billonarios, está interesado en alcanzar 10 millones o más de visitantes. Sin embargo, el turismo colonial también genera una red de explotación sexual de la que se sabe bastante. Se compran cuerpos a cambio de divisas en cuartos que tienen agua caliente y toallas almidonadas. Todo se maneja bajo una mirada indiferente o se mantiene en secreto para no salir en la portada de los periódicos.
En varias ocasiones he tenido que pasar por situaciones desagradables por ser negra e ir a playas de la región este del país donde se encuentran grandes cadenas hoteleras. Creo que una de las peores experiencias fue cuando un compatriota trató de convencerme, de manera muy vulgar, además, para que a través de mí, él le vendiera un viaje en lancha al tipo blanco que tenía al lado. Según su penosa mentalidad no podía ser mi pareja y dominicano, sino un extranjero con el que intercambiaba sexo por dinero. Admito que sentí una profunda tristeza al darme cuenta que la mentalidad de los jóvenes trabajadores de esa zona no iba más allá de considerar a las mujeres como mercancía sexual.
En una ocasión, una conocida narró que estando con su esposo en un hotel, se le acerco una chica reclamándole que esa parte del hotel donde se encontraba era suya para hacer trabajos. Se deduce entonces, que dentro de las instalaciones de ese hotel -posiblemente de muchos otros- hay áreas que atañen a unas y a otras, y no está permitido cruzar las fronteras para hacer negocios de naturaleza sexual y que tienen, posiblemente, contactos dentro de las instalaciones que median en las negociaciones.
Para nacionales y extranjeros todes somos sanky panky, es decir, nos vendemos a turistas, al que pague mejor.
En el tráfico de personas, mujeres y niñes fundamentalmente, recae una especie de sumisión emocional y social permisiva por tratarse de prácticas por años ejercidas en localidades específicas. Al respecto, uno de los problemas que se menciona constantemente atribuido al desarrollo del mercado sexual es la pobreza. Reducirlo a la pobreza me parece mezquino. Ser depredador sexual, pederasta y esclavista nada tienen que ver con pobreza. El sujeto criminal encuentra en esto un amparo, una suerte de escape, porque hacen falta una estructura eficaz y una legislación drástica que enjuicie, condene y dé constancia pública de quienes son estos delincuentes.
En el turismo colonial existe todo un tejido social que proporciona simbólicamente un derecho sobre el territorio y control sobre los cuerpos que habitan en dicho territorio. En tierras lejanas rodeadas de playas, donde habitan salvajes y extraños, se permite a los de la otra orilla liberar sus deseos, ser salvajes temporales a vista de todos, sin reclamos y juicios.
Asimismo, se crea una infraestructura y todo un sistema urbanístico que agrede y reconfigura el paisaje. Existen, así pues, espacios recodificados a causa de la turistirización que transforman en ruinas todo el ecosistema local. Muchos de estos lugares se convierten en una especie de exhibición como las que se realizaban en las exposiciones universales de mediados del siglo XIX y mitad del XX, que mostraban a personas de otras “razas” acompañados de una escenografía para enseñar a los visitantes las costumbres de esos poblados, con la diferencia de que ahora esos públicos viajan en avión o barco para conocer a los dichos bajo un marco legislativo del capital que beneficia a los de arriba.