Chile: el valor de no aceptar volver a la normalidad cuando la normalidad es el problema

Las dictaduras militares -y ese es el principal problema que supuran- no se terminan cuando en las radios dejan de escucharse las marchas patrióticas. Sus efectos perviven aún en democracia en las costuras del tejido social como parásitos longevos, como sentido común sumiso y como naturalización de lo injusto y lo jerárquico. Sigue ahí, para algunos, el miedo a que vuelvan. En otros queda como una mancha la necesidad de que no se vayan del todo para que no reine el caos.

Pero no son eternas las dictaduras o al menos en algún momento hay algo que sacude el yugo. Y en eso ha radicado una de las virtudes del violento estallido que se produjo hace apenas un año en Chile. Ha sacudido los yugos y las coyundas que uncían a todo un país -y en particular a su sistema político- a una constitución emanada de una dictadura trágica, diseñada para perpetuarla y (quizás un caso único en el mundo) para transformar en Ley el neoliberalismo.

No es extraño que en un país en el que en 200 años de historia no hubo nunca una constitución que hubiera sido redactada en democracia, la posibilidad de terminar de una vez y para siempre con la producida durante el gobierno de Augusto Pinochet haya necesitado de una convulsión arrasadora como la sufrida por el “paraíso” chileno desde octubre de 2019.

Y tampoco es extraño que hayan sido adolescentes quienes iniciaran el proceso, porque lamentablemente suelen ser las personas muy jóvenes quienes se ofrecen a lavar aún con la sangre propia las vergüenzas de sus mayores.

Y tampoco es extraño que hayan sido adolescentes quienes iniciaran el proceso, porque lamentablemente suelen ser las personas muy jóvenes quienes se ofrecen a lavar aún con la sangre propia las vergüenzas de sus mayores.

Pero lo que sorprendió y aún sorprende ha sido la capacidad de buena parte del resto de la sociedad para no sólo no condenar los “desmanes” en el momento de mayor ardor, sino para comprenderlos y acompañarlos. Para mostrar solidaridad y apoyo decidido durante las refriegas. Para articular demandas. Para incorporar nuevas agendas. Para contener el aliento y el empuje durante la pandemia y, por último, para haber votado como votó en el referendum del 25 de octubre.

Votó un porcentaje levemente mayor al habitual, lo que en un país en el que se ha desalentado el voto a través de generaciones, ya es un logro.

Pero ha sido evidente el cambio de escenario en el que el país se ha situado.

Aumentó sensiblemente el voto en las áreas en donde viven los sectores más desfavorecidos y bajó de igual modo en los distritos de clase media alta y alta.

El rechazo sólo triunfó en 3 distritos urbanos de clase alta y en dos regiones miltares. Una en los desiertos del norte, la otra en la Antértida.

El apruebo tuvo votaciones cercanas al 90% en comunidades que padecen problemas ambientales ligados a la minería y a la privatización del agua.

Hubo más votantes jóvenes (un sector de la población en el que la abstención es endémica).

Votaron más y lo hicieron masivamente por el cambio las mujeres.

Y no sólo habrá una Asamblea Constituyente surgida de una votación por primera vez en el país, sino que por primera vez en el mundo esa Asamblea Constituyente deberá tener una conformación paritaria de los dos sexos.

Una encuesta realizada hace pocos días por el equipo del sociólogo Alberto Mayol en la Universidad de Santiago muestra una situación paradojal que contrasta con lo que se puede percibir en todo el mundo: un alto porcentaje de las personas consultadas cree que en los próximos años habrá una recuperación económica con mayor equidad, disminuirán las diferencias entre hombres y mujeres, se respetarán más los derechos de los pueblos indígenas, y la educación y las salud de calidad dejarán de ser privilegios de pocos.

Claro… que se haya abierto el debate sobre una nueva constitución no le garantizará a Chile dejar atrás todos los problemas por los que ha atravesado durante las últimas décadas. Por supuesto. Una cosa es lo que la gente cree que podría suceder en el futuro, y otra cosa muy diferente es la realidad una vez que ésta llega.

La situación real hoy es que existe una crisis económica, social, política y sanitaria en todo el mundo, de la que Chile es parte, y el desafío que enfrentará su gente en los meses por venir es mucho más complejo que la redacción de una nueva constitución.

Pero allí radica la sabiduría maravillosa del camino inciado por ese casi 80% de chilenos y chilenas que le dijeron ayer a la dictadura militar No -quizás definitivamente.

Aceptaron el risgo que conlleva ese paso en medio de la tormenta. En una situación en la que en todo el mundo se apuesta por conservar algo de lo que había -por poco que fuera y por dismnuído que esté-.

En plena pandemia, cuando en todas partes parece haber desesperación por volver a la normalidad y a lo seguro, en Chile han entendido que, como dice un graffiti del momento post-estallido, volver a la normalidad sería inútil porque la normalidad era el problema.

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