Luis Almagro, Evo Morales, José Mujica, Justin Trudeau… todos podemos aprender algo de lo que sucedió en Bolivia

Luis Almagro Lemes, el actual Secretario General de la Organización de Estados Americanos es quizás el mejor ejemplo de cómo los líderes políticos se pueden equivocar si los dejan hacer lo que más les gusta. Y no es que él lo haya sido nunca… .

Cuando el ex-guerrillero y por entonces Presidente uruguayo José Mujica, un hombre celebrado por una sabiduría real pero empañada por él mismo con frecuencia, rescató a Luis Almagro de un merecido anonimato en la embajada de su país en China y lo transformó, de hombre oscuramente conservador en canciller inesperado de un gobierno de izquierdas, estaba, hoy lo sabemos, mostrando hasta qué punto era capaz de equivocarse.

Basta repasar la página de Luis Almagro en wikipedia para ver el modo en que ese hombre, que estuvo a cargo de la política exterior de su país sin haber siquiera simpatizado nunca con el partido que lo había colocado en ese lugar, se atribuye ahora logros en cuestiones que nunca estuvieron bajo su gestión y trata de que no aparezca en su foja de servicios el haber sido expulsado del mismo partido que no integraba. Un caso seguramente único en la historia de las expulsiones.

José Mujica, que hizo famos la frase «como te digo una cosa te digo la otra», finalmente se dio cuenta del error cometido. Tarde. Cuando después de haber promovido a Almagro para su actual cargo en la OEA, comenzó a notar que su protegido se transformaba, como por arte de magia, en el representante de Donald Trump en el organismo y en el principal impulsor de aquel Grupo de Lima que llegó a jugar con alborozo y con cierto entusiasmo con la idea de un conflicto armado en Venezuela.

El mayor desbarre de Luis Almagro, sin embargo, no fue aquel intento fallido sino el exitoso, que dos años después, en octubre de 2019, lo mostró ante el mundo como un celoso defensor de la democracia, los DDHH y la pureza del sufragio en Bolivia.

No era difícil comprender en aquel momento que lo que había sucedido era un vulgar Golpe de Estado. Y si hubo quienes desearon ver otra cosa en aquellos soldados armados a guerra apaleando mujeres indígenas en El Alto, seguramente se habrán sorprendido tres meses después cuando el New York Times y el Washington Post decidieron publicar estudios de universidades norteamericanas que indicaban que nada sostenía la pretensión de que en las elecciones bolivianas se hubiera cometido un intento de fraude, y que Evo Morales había resultado vencedor en primera vuelta limpiamente.

Siempre resultará más convicente un artículo en inglés que nos llega desde el centro del mundo que los gritos desgarradores en quechua o en aimara trasmitidos por TeleSur.

Hoy cuando el 55% de la ciudadanía de Bolivia volvió a mostrar que el apoyo al Movimiento al Socialismo no sólo no ha disminuído sino que ha aumentado, aquel edificio montado por Almagro se ha desmoronado, porque, para colmo, los circuitos en los que se habría producido aquel supuesto fraude, volvieron a mostrar idénticos resultados. Todo había sido mentira.

Almagro seguramente no aprendará mucho, porque si aprendiera renunciaría, algo que ya ha anunciado que no hará. Pero de pronto la experiencia le puede servir para no dejar la escena del crimien plagada con sus huellas la próxima vez.

De Mujica ya no tendremos oportunidad de saber si habrá aprendido del error cometido con Almagro, porque ya no estará nunca en situación de cometerlo.

Quienes sí podrían haber aprendido de todo el dolor y las pérdidas que ha sufrido Bolivia durante todo el año transcurrido son (entre otros) Evo Morales y Justin Trudeau.

Evo Morales, en primer lugar. Porque si no hubiera pensado que nadie era mejor que él para asegurar los logros innegables que Bolivia alcanzó bajo sus anteriores gobiernos, a los golpistas no les hubiera sido tan sencillo derrocarlo. Quizás lo habrían intentado, pero hubieran tenido que enfrentar una situación diferente, en lo interno y en lo externo.

Haber apostado por una nueva reelección no sólo era inconveniente porque le daba argumentos a sus opositores, sino que minaba la credibilidad en la madurez de su propia fuerza política.

Lo que haga o no haga, lo que pueda o no pueda hacer Luis Arce a partir de ahora, es un misterio. Pero lo que es evidente es que fue un solvente ministro de finanzas durante los 14 años en los que Bolivia tuvo los mayores índices de crecimiento de su historia y de la región. Participó activamente en la constitución que en 2009 transformó una república conservadora y fallida, en un Estado Plurinacional moderno. Tuvo el valor de quedarse en su país -que no es poco-. Fue un buen candidato que no sólo contó con el apoyo del propio Evo Morales sino que suturó desgarramientos. Y con él el Movimiento al Socialismo tuvo una votación aún mayor a las que había tenido en elecciones anteriores.

Los líderes tienden a verse a si mismos como imprescindibles y sus entornos suelen mostrarles espejos que los favorecen, pero no sólo se equivocan más de lo que puden admitir, sino que muchas veces sus errores los transforman en un lastre.

Y por último y para no hacer esta nota demasiado larga, nos queda el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, que por su juventud se encuentra entre quienes están en mejores condiciones para aprender.

Justin Trudeau debe haber notado -o alguien se lo podría haber señalado ya- que la política exterior es más compleja que el juego de bloques que se ve desde su pequeña torre en Ottawa. Y que Canadá debería tener la madurez suficiente como para tener una política exterior propia y no caer en la tentación de seguir puntualmente los pasos de su Big Brother.

Haber reconocido un gobierno surgido de un Golpe de Estado (perpetrado justamente en contra del primer presidente indígena de América) casi en el mismo momento en que el golpe se producía fue un apresuramiento de adolescente irreflexivo (por definirlo de algún modo) que nos avergonzó a muchos, y que mucho tuvo de arrogancia colonial, de ignorancia y de desprecio. Tres cualidades que los líderes progresistas deberían evitar si quieren serlo.

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