Hermanos todos: Una encíclica en primera persona concebida como un llamado al diálogo y la hermandad

Fratelli Tutti es una interpretación en clave humanista de la pandemia, la globalización, el consumismo, la especulación, y la guerra. Una denuncia del maltrato a los migrantes y de los “nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos”. Una crítica de la propiedad privada, una advertencia sobre la falta de comunicación en la era digital, y una reivindicación de la palabra pueblo. Sólo faltó una mayor comprensión de la ubicación de las mujeres en el mundo de hoy.

Tras siete meses de confinamiento en Roma, el papa Francisco viajó a la ciudad italiana de Asís, donde ante la tumba de “il poveretto” dio a conocer su tercera encíclica «Fratelli tutti», un llamamiento a la fraternidad y la solidaridad escrito en la primera persona del singular, algo para nada habitual en este tipo de comunicación papal.

Lo más característico de este texto, dividido en ocho capítulos, es que el mensaje se presenta no como una enseñanza o la explicitación de lo que se debe hacer (lo usual y esperable en la cabeza única de una estructura piramidal) sino como una apelación al diálogo abierto, con reminiscencias «paulofreirianas» si existiese el término):

“Las siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.

Los ocho capítulos están estructurados en el análisis de temas que abarcan la casi totalidad de lo que hoy preocupa al mundo: Las nuevas formas de egoísmo personal y de nacionalismos supremacistas, la necesidad de que la salida de la pandemia no implique un aumento de las injusticias, los derechos inalienables de las personas migrantes y desplazadas, las miserias del dogma liberal,  la necesidad de la política como una forma de cuidado y amor al prójimo, la necesaria readecuación de las instituciones de gobernanza internacional para que puedan resolver problemas de ámbito global, y la obligación moral de los gobiernos de extremar los esfuerzos para proteger a los sectores más vulnerabilizados de la sociedad (en especial a quienes son vistos y tratados como “descarte” y a quienes están sujetos a nuevas formas de esclavitud.

“Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos «es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común»[18]. Pero «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados»[19]. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?

De modo semejante, la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que «doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos»[20].

Reconozcamos igualmente que, «a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. […] Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin». Las redes criminales «utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo»[21]. La aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego forzadas a abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro con el fin de vender sus órganos. Esto convierte a la trata de personas y a otras formas actuales de esclavitud en un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la humanidad en su conjunto, porque «como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad»[22].

La ilusión de la comunicación

Esta nueva encíclica, que ha tenido mucha menor repercusión en la prensa que la que tuvieron en su momento aquellos monólogos conservadores y monolíticos de sus predecesores, tampoco deja de lado temas de gran importancia para quienes nos dedicamos a la información y la comunicación y así, destaca en el apartado denominado La ilusión de la comunicación:

Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.

Por otra parte, los movimientos digitales de odio y destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio, «los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46]. Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un “nosotros” sino que suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad.

A lo largo del medio centenar de páginas de Fratelli Tutti el papa Francisco aporta una perspectiva que hace honor al San Francisco de Asís que aceptó en su cuerpo los estigmas de Cristo. Y nos recuerda al que hizo posible la expulsión de los demonios durante la guerra civil de Arezzo, tan magníficamente pintada por Giotto.

Sería muy difícil abarcar, en una sola nota, los alcances de este mensaje, por lo que nos proponemos, en una próxima aproximación al tema, continuar con su análisis y abordar uno de sus puntos poco felices: la dificultad de la iglesia para ingresar al Siglo XXI cuando de mujeres se trata.

DIÁLOGOS
DIÁLOGOShttps://dialogos.online
Una experiencia de periodismo independiente/independiente a cargo de Latin@s en Toronto (con la colaboración de amigues de aquí, de allá y de todas partes)