En un país ensimismado es fácil confundir poder con peligrosidad

Cuando el miércoles 28 el mundo intentaba extraer alguna conclusión de lo que se había presenciado durante el debate presidencial en los Estados Unidos, llegamos a pensar que nuestra dosis semanal de esa comedia de enredos en la que se ha transformado la política norteamerica ya estaba cubierta.

En la nota en la que repasamos el episodio (No fue demasiado diferente a lo que se esperaba. Fue peor) dimos nuestra opinión acerca de lo poco que debería sorprender que un personaje como el actual presidente norteamericano haya llevado su capacidad de emponzoñar todo lo que toca a una nueva cota, y podemos decir que no hemos hecho más que repetir lo que la mayor parte de los medios de prensa de dentro y fuera de su país han manifestado desde entonces.

Pero como el espectáculo no se detiene nunca, apenas 36 horas después del debate y a partir de la noticia de que Donald Trump ha contraído el virus de cuya seriedad ha tratado de hacer dudar a sus compatriotas durante meses, hemos comenzado a preguntarnos nosotros también, si éste será el fin de una campaña electoral desgraciada y sin sentido, o será el comienzo de un nuevo culto al hombre blanco, añoso y obeso que todo lo puede. Se han edificado religiones sobre bases menos sólidas, por lo que tampoco debería extrañarnos si eso finalmente sucede.

Eso sólo lo sabremos con el correr de los días y quizás sea él mismo quien nos informe el milagro por twitter, pero el motivo de este comentario es otro. Y tiene que ver con la insistencia con la que la prensa estadounidense se refiere a su presidente (y a éste en particular) como “el hombre más poderoso del planeta”. Ya conocemos los excesos a los que conduce el excepcionalismo pero si esa expresión resultaba innecesaria y a todas luces exagerada cuando se trataba de otros presidentes que parecían más dotados, resulta patética cuando el hombre cuyo poderío se sobrevalora es quien es. Y no solamente la prensa que les es adicta lo hace, sino que en medios que habitualmente lo critican, se emplea también. Con frecuencia y con cierta autocomplacencia mal disimulada se utiliza la palabra «poderoso» como una golosina.

El poderío y la capacidad de hacer daño

Lo que subyace a una afirmación como la que estamos analizando es la confusión entre poder verdadero, como capacidad para influir y determinar el curso de los acontecimientos en un momento dado, con la capacidad de hacer daño.

No podemos hacer aquí un análisis de qué es el poder, cómo se construye y dónde radica, y tampoco es posible negar que los Estados Unidos son una nación con poder. Pero imaginar que porque alguien tiene entre sus capacidades la posibilidad de amenazar aún a sus aliados más firmes, desconocer toda regla, desatar una guerra comercial de resultados desastrosos para todos, bloquear economías, generar fricciones contínuas y, eventualmente, deshacerse de todos nosotros en un instante apretando un botón, es hilar demasiado grueso, porque todo eso no es poder real sino peligrosidad. Es el tipo de poder que tiene un elefante en un bazar o un abusador frente a su víctima.

Para no extender demasiado el razonamiento tomemos, porque es un buen ejemplo, estos fragmentos de discursos pronunciados por Donald Trump en la última semana. En ellos se dirige a un público que sigue sus palabras con reverencia y festeja sus dichos, que en este caso están centrados en el tamaño del tapabocas del candidato demócrata y en el tamaño de sus concentraciones en comparación con las suyas.

Las personas con poder, es decir las personas a quienes en períodos normales sus sociedades las dotan de capacidades extraordinarias, no tienen, por regla general, comportamientos erráticos, paranoicos o narcisistas. Utilizan el lenguaje de un modo coherente y hablan de temas que consitan interés. No pasan horas desvariando frente a personas que los aplauden simplemente porque ven sus frustraciones reflejadas en las incoherencias que escuchan.

Como dice Ben Mathis-Lilley en Slate «Trump , in sum, has not only failed in the practical execution of his duty to administer the government, and has not only failed to set an example for the country in his personal behavior, but has done so in a way that now threatens to incapacitate his political party, the executive and legislative branches of government, and the man who is currently likely to be the next president as the country attempts to hold an election while managing multiple crises.«

Lo asombroso es que después de haber elegido a una persona como Donald Trump para depositar en él tanto poder y después de haberlo soportado y sufrido durante cuatro años en los que ha malgastado ese poder como dicen que malgastó su fortuna, la sociedad norteamericana parece no terminar de entender que su presidente, no sólo no es “el hombre más poderoso del planeta”, sino que ha sido capaz de hacer que su país, hoy, tampoco lo sea. Lo que por supuesto, nos devuelve al tema del poder y la peligrosidad.

¿Logrará normalizarse Estados Unidos después de esta malhadada experiencia de America First y entusiasmo supremacista o, frente a la pérdida de poder real, veremos aumentado su ensimismamiento y potenciada su peligrosidad?

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