Doctora no, 学生

 

 

Confrontada con la aterradora realidad de haber cumplido con los requisitos de un doctorado, decidí estudiar chino.

Bajar revoluciones luego de cinco años de trabajo incesante me parecía inconcebible, como forzar el freno de una locomotora a vapor, con todos sus pistones y neurosis. Años de esfuerzo se vieron culminados frente a una pantalla, vestida formalmente de la cintura para arriba. Defendí entre la cucha del perro y mi biblioteca rebosante, hecho que no me ayudó a reconocer la importancia del día. Sin rito no hay metamorfosis, y una llamada de Zoom no constituye lo sagrado.

Aún no sé si me impuse el desafío por voracidad intelectual, falta de madurez, inhabilidad para disfrutar, o hábito familiar. Lo que sí sé es que el día después llamé a mi tío y, armada con una máquina de hacer pastas de acero inoxidable marca Atlas, hice cuatro kilos de ravioles. Luego, exhausta, volví a la pantalla para tomar mi primera lección de chino.

Había elegido a mi profesora de una plataforma virtual. Su precio era justo, y cuando vi
su video introductorio me pareció una persona simpática y paciente, el tipo de profesora que
quisiera ser yo. Se llamaba Cindy y era de la provincia de Guangdong, dos hechos que no se
correspondían en mi cerebro. Comenzamos con la pronunciación de pinyin, el sistema de
romanización popularizado durante el gobierno de Mao Zedong para combatir la alta tasa de
analfabetismo. Ella, con facilidad que yo intenté no envidiar, pronunciaba sílabas imposibles:
zhú; qiě; xiàng. Mis articuladores intentaron seguirla, y contorsioné mis labios, apreté mi
garganta, y logré emitir sonidos en la vecindad de aquellos originales. Cindy me hacía repetir la
misma sílaba tres, cuatro, ocho veces, hasta sentirse satisfecha con mi progreso, o fingir estarlo.
Aplacada por la dificultad del proceso, agendé mi próxima lección.

Nota: Si una habla idiomas indoeuropeos, se encontrará con varias dificultades a la
hora de aprender chino. Primeramente, no hay cognados de los cuales aferrarse. Si bien existen
algunos préstamos (café se pronuncia kā fēi y Canadá se pronuncia jiān ná dà), su escasez y su
representación escrita (咖啡 y加拿大 , respectivamente), los hacen inconsecuentes. Luego, cada
sílaba se representa con un ideograma. Por mucho que una mire los símbolos 出租车, nunca
revelan que se pronuncian chūzū chē (ni que, en esa combinación, significan taxi). El chino es un
lenguaje tonal, hecho que significa que sílabas homófonas se diferencian por sus tonos. En el
caso del mandarín hay cuatro tonos, y decir shí (reconocer) no es lo mismo que shī (león) ni shì
(ser). Los tonos de una sílaba pueden también cambiar en base al tono de aquella que le sigue,
dificultando aún más el proceso de adquisición. Habiendo descripto algunos de los hitos de las
dificultades del chino, confío en que el lector comprenderá que ésta es solo la superficie.

Compré un cuaderno cuadriculado para practicar ideogramas, y cada noche repetía el
mismo ideograma diez, veinte, treinta veces. Aprendí y olvidé cien veces el orden correcto para
trazar 老鼠 (ratón) 草莓 (frutilla) 蓝色 (azul). Pasé a hablarle a mi perro de raza japonesa
exclusivamente en chino. Conseguí en línea tres paquetes de tarjetas para la memoria, un total de
1,000 tarjetas, y comencé a llevarlas en mi cartera, abusando de la paciencia de mi hermano y
mejor amiga para que me sometieran a prueba en parques, trasporte público, cafés. Mi pareja se
vio lentamente desplazada por las tarjetitas: tarjetitas con ideogramas sobre la mesada y única superficie del departamento, tarjetitas con ideogramas al lado del inodoro, tarjetitas con
ideogramas sobre su lado de la cama.

Cindy y yo encontramos nuestra rutina. Dos, y en caso de períodos ambiciosos, tres veces
a la semana nos encontramos a través de la pantalla, separadas por doce horas y varios
kilómetros. Pasaron muchas reuniones antes de que yo pudiera responder a sus saludos sin balbucear. La rigidez de su clase se ablandó gracias a mi disposición para hilar cualquier número de palabras malogradas en una pregunta entrometida. Una vez me preguntó qué animal prefería: ¿Una serpiente, un ratón, un pájaro o un pez? Le fui sincera y le dije que no me inspiraba ninguna de las opciones. Armada con la pregunta 你呢? (¿y vos?) descubrí que le gustaban los pájaros y que tenía dos peces rojos. Bueno, que en realidad su padre tenía dos peces rojos y aproveché para preguntar si vivía con sus padres. Otra vez me enteré que tomaba té en vez de café porque el café le caía mal.

Pasaron ya algunos meses desde la defensa, y aunque me gustaría decir que gracias a la
introspección y a mi excelente psicóloga logré existir más allá del movimiento perpetuo, la
verdad es que logré encontrar nuevos roles para llenar el vacío. El chino pasó de pseudo obsesión
a elemento de rutina. Intento mantener las tarjetitas ordenadas, para ser consciente de mi pareja.


Ailén Cruz nació en Argentina e inmigró a Canadá con su familia en 2003. Acaba de doctorarse en Letras en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Toronto, donde también enseña español, lingüística y literatura.