Nada nuevo bajo el sol
La competencia internacional por quién habrá de desarrollar la primera vacuna confiable contra la Covid-19, en principio no se diferencia en mucho de otras carreras similares en las que estuvieron en juego el prestigio de las naciones, el desarrollo científico y social y las posibilidades de dar el zarpazo decisivo en una guerra.
Quienes nacieron a mediados del siglo XX, vivieron inmersos en la “carrera espacial” entre los EEUU y la Unión Soviética durante casi veinte años.
Esas dos décadas comenzaron en 1957, con el Sputnik y los primeros vuelos orbitales tripulados de los soviéticos, y finalizaron con los alunizajes de las misiones Apolo que se continuaron hasta 1975.
En aquella competencia el premio a obtener por quien triunfara era nada menos que el prestigio de ser, a los ojos de la comunidad internacional, los científicamente más adelantados y los mejores candidatos al triunfo en aquello que se llamó Guerra Fría.
Fue un espectáculo costoso y sobrecogedor, pero no dejó de ser, en muchos sentidos, la continuación de otra loca carrera protagonizada años antes, en 1945, por los mismos competidores, en otra guerra.
En abril y mayo de aquel año el Ejército Rojo comenzó a abrirse camino, calle a calle, hacia el centro de Berlín mientras las divisiones de tanques estadounidenses hacían lo propio en otras ciudades alemanas. Ambos ejércitos buscaban el reconocimiento de haber sido quienes le dieran la estocada final al nazismo, pero trataban además de ser los primeros en llegar a dos recursos valiosísimos: energía (las zonas carboníferas de la cuenca del Rur) y conocimiento (en particular el relativo a cohetería y energía nuclear).
Aquellas fueron carreras con consecuencias geopolíticas que aún nos marcan y la gran diferencia con la ésta que vivimos hoy es su celeridad y la imprevisibilidad de sus resultados.
What Happens If China Gets the Covid-19 Vaccine First?
Desde su título, la nota que el 31 de agosto publicó en la revista digital Político, es reveladora de un estado de desánimo que comienza a hacerse visible en el periodismo y la política norteamericana. No se trata de una pregunta que una nación que está acostumbrada a verse a si misma con altas dosis de autoindulgencia se pueda hacer con facilidad. Y su autora, una de las principales editoras de la publicación, nos adelanta ya en el subtítulo las principales conclusiones de su análisis:
«U.S. prestige could falter, the administration could take deadly risks, the world will have to rethink its alliances — and those are just a few of the possibilities».
Vale la pena dedicarle atención a esa nota ya que no se trata de un artículo periodístico más sino que recoge conversaciones de su autora con figuras de primer nivel en cuestiones de seguridad nacional y salud pública como David Fidler, consultor de la OMS y del Center for Disease Control and Prevention de los Estados Unidos, Larry Gostin, profesor de Global Health Law en la Universidad Georgetown o Paul Offit, del Vaccine Education Center del Children’s Hospital of Philadephia.
Las principales preocupaciones de estos expertos son:
1) De las ocho vacunas que han entrado en la Fase 3 de su experimentación 4 son chinas, tres son estadounidenses y una es australiana, pero las tres estadounidenses, que se vienen desarrollando bajo el Programa Operation Warp Speed, impulsado por Donald Trump parecen estar en desventaja con respecto a las vacunas chinas.
2) Las vacunas que están desarrollando los laboratorios estadounidenses se basan en la misma tecnología (no suficientemente probada) por lo que en caso de que existan inconvenientes éstos afectarán el desarrollo de las tres, mientras que las vacunas que se están desarrollando en China responden a tecnologías diferentes, lo que aumenta la posibilidad de que una de ellas sea exitosa.
3) El actual ocupante de la Casa Blanca ya ha demostrado que es capaz de presionar con éxito a la FDA (Food and Drug Administration) para que tome decisiones que están reñidas con la ciencia y con el propio parecer de sus autoridades y ahora es evidente que está presionando para que se aprueben las vacunas en desarrollo antes de que pasen los controles necesarios con el objetivo de poder mostrar un éxito de su política antes de las elecciones previstas para el 3 de noviembre.
Las preguntas inevitables
Si conocer esas preocupaciones de primera mano resulta interesante, tiene mayor interés aún conocer las preguntas que surgen a partir de ellas, ya que dan la pauta de lo profundo de la crisis que los EEUU podrían enfrentar si ese “infierno tan temido” se hiciera realidad.
¿Qué pasaría si China desarrolla la vacuna algunos meses antes que EEUU y no quisiera vendérsela?
Y a la inversa…
¿Qué pasaría si aceptara vendérsela pero EEUU, para no mostrar debilidad, no aceptara comprarla?
¿Podría extrañar eso en un país que acaba de prohibir el uso de una app como Tik Tok?
¿Aún en el caso de que triunfara Joe Biden en noviembre, el nuevo gobierno obtendría del Congreso los fondos necesarios para comprar una vacuna china?
¿Qué pasaría si EEUU no aceptara comprarla pero China optara por venderla a bajo precio a países de Asia, Africa y Latinoamérica de los que ya es el principal socio comercial… Brasil, Perú o Argentina por ejemplo?
¿Qué significaría, para la guerra comercial que hoy enfrenta a Estados Unidos con China que países que han sido en el pasado sus aliados naturales ahora dejaran de serlo?
En caso de que hubiera países dispuestos a esperar la vacuna estadounidense… ¿no pesaría en sus decisiones la experiencia de lo que ocurrió con el material sanitario a principios de la pandemia?
Alemania, por ejemplo, que ha visto cómo sus relación privilegiada con los EEUU se deterioraba durante los años de la administración Trump, ¿se negaría a hablar seriamente con el gobierno Chino acerca de la vacuna que podría terminar con la mayor amenaza sanitaria en 100 años?
En los primeros meses de la pandemia pareció prosperar la idea de realizar un esfuerzo mancomunado de diferentes países para desarrollar una vacuna de propiedad internacional, pero en junio fue el general Gustave Perna, uno de los líderes de la Operation Warp Speed, quien a partir de los fondos recibidos dio a conocer la posición de los EEUU en la materia: no trabajarían con China.
Hoy, cuando comienzan a expresarse en voz alta las dudas acerca de si EEUU logrará desarrollar su vacuna a tiempo, y ante el hecho de que Boris Johnson, tambén urgido por su pobre desempeño ante la pandemia, está acelerando la salida al mercado de la vacuna de Oxford/Astra Zeneca, la opción de Donald Trump parece ser poner alguna de “las suyas” en circulación a cualquier costo. Incluso corriendo el riesgo de que el producto final no tenga las características deseables de eficacia y seguridad.
Y si fuera así, ¿cual será el costo para su país en términos de credibilidad global?