Sucesos inesperados, la fatiga del poder y los dados que giran en el aire

Hace sólo dos meses, nadie lo hubiera pensado. El gobierno en minoría de Justin Trudeau había obtenido, al inicio de la pandemia, una suma de poderes excepcionales inédita en la historia del país. Y eso no sólo pareció razonable dadas las circustancias sino que, durante la crisis sanitaria, las medidas adoptadas por el gobierno le generaron una corriente de opinión altamente favorable.

Pero de pronto, cuando todo parecía encaminarse a un fortalecimiento del Partido Liberal (y recordemos que el promedio de sobrevida de los gobiernos en minoría en Canadá es de sólo dos años) ¡sucede lo inesperado! Un escándalo en el que la palabra corrupción (tan ajena en teoría a estas latitudes) suena como una bofetada.

Presenciamos entonces una pobre explicación del Primer Ministro y un no muy afortunado pedido de disculpas del Ministro de Finanzas. Y pudimos comprobar luego el escaso poder de convicción de un equipo de gobierno que, a lo largo de casi dos meses, no pudo convencer ni a la prensa ni a los investigadores de que todo el procedimiento había sido limpio y transparente. Un espectáculo que, a lo largo de dos meses, sin darnos respiro, ha sido lamentable.

Sucedió entonces lo que se podía esperar. Yves-François Blanchet, lider del Block Quebecois, hizo la jugada que cualquier político en su situación debe realizar: pedir la renuncia de los implicados en el escándalo (básicamente el PM y el Ministro de Finanzas) y amenazar con plantear un moción de censura en octubre si esas renuncias no se producen.

Una guerra de posiciones

El objetivo prioritario de alguien que se dedica a la política en un país democrático, en especial si se trata de un lider partidario, es posicionar a su partido de modo de ganar adhesiones y/o restarle adhesiones a los demás. Eso podría ser el resultado de intereses egoístas pero no necesariamente es así. Los partidos y las personas que se dedican a la política tienen principios, valores, ideales, intereses legítimos, programas, planes de acción, sectores de la población a los cuales atender prioritariamente… y nada de eso puede ser impulsado o atendido si no se cuenta con apoyo popular y si ese apoyo no se traduce en una adecuada representación parlamentaria y una presencia fuerte en las diversas instituciones de gobierno.

Por esa razón la jugada de Blanchet en el complejo ajedrez político que nos presenta la post-pandemia era esperable. Es la que mejor lo posiciona y la que más compromete al resto de los partidos.

Quiénes ganan y quiénes pierden

La presentación de un ultimátum al gobierno posiciona a Blanchet muy bien frente al electorado de su propio partido y socava el apoyo que en su provincia tiene el Partido Liberal, del que apenas lo separan algunos pocos puntos.

Pero además, deja en una situación comprometida a los conservadores y sobre todo al NDP.

El Partido Conservador aún no ha decidido quién será su lider después del fracaso de 2019, y no está claro cual será su programa. Seguir virando hacia la derecha no le aumentará sus posibilidades de ganar, y la trumpización de sus bases partidarias le impiden intentar dar un giro hacia el centro. Aceptar el reto del Block Quebecois y arriesgarse a ir a elecciones nuevamente no parece ser algo que los conservadores estén dispuestos a hacer ya.

Por su parte, el NDP sabe que de adelantarse el calendario electoral sufrirá una vez más el efecto perverso con el que el sistema electoral canadiense hace a un lado a las terceras opciones.

Nuevamente los votantes que se ubican a la izquierda del espectro electoral deberán optar entre votar al NDP, castigando a los Liberales por lo que acaba de ocurrir y propiciando de ese modo una casi segura victoria conservadora, o volver a apoyar al Partido Liberal aún a costa de sus propias convicciones y a pesar de lo que les dice la experiencia: que el voto estratégico es un mecanismo de relojería cuyo fin último es asegurar la existencia de un bipartidismo de facto.

¿Qué hacer para no perder?

Poco. Hay situaciones en las que la mejor decisión es detener la acción y esperar, cruzando los dedos, y esta parece ser una de ellas.

El NDP, para evitar la encerrona en la que lo coloca la jugada de Blanchet, posiblemente deba optar por respaldar al gobierno aduciendo que no se trata de un respaldo real sino de una decisión que toma en cuenta la situación de extrema gravedad que vive el mundo. Todos comprenderíamos las razones subyacentes, pero nada podrá evitar que esa timidez se traduzca en pérdida de confianza aún en filas de su electorado más fiel. Y algo no muy diferente ocurrirá con el Partido Conservador.

Cualquiera sea la decisión que los dos partidos de la oposición tomen, dejarán algo por el camino y tendrán que asumir mayores grados de incertidumbre. Pero el que más arriega perder si no mueve sus piezas rápidamente, será el partido Liberal. Si hubiera elecciones anticipadas se arriesga a perder o no aumentar su caudal parlamentario. Si no las hubiera, deberá seguir gobernando en minoría pero con una pérdida de confianza generalizada y quedará a merced de lo que los otros partidos decidan en cualquier momento.

La primera jugada post-ultimátum

La primera jugada ha sucedido ya, apenas 4 días después del anuncio de Blanchet. El Primer Ministro rindió una pieza clave pero que ya era insostenible. Ha presentado su renuncia el Ministro de Finanzas que había olvidado pagar sus vacaciones, y lo ha suplantado quien, de seguir su marcha ascendente, podría estar llamada a ser la próxima líder de su partido: Chrystia Freeland.

No se trata de un enroque trivial. Con el alejamiento de Morneau, un acaudalado hombre de negocios relativamente conservador en materia fiscal y estrechamente vinculado a las empresas petroleras, el gobierno está en condiciones de “recordar” sus compromisos electorales respecto a las energías renovables y limpias, el Green Deal y los acuerdos de París. Poder retomar esas agendas «verdes» en un momento como éste, no solamente licuaría algunas críticas sino que reavivaría el entusiasmo de los sectores más jóvenes del partido que, por cierto, ha menguado.

Dicho de otro modo… Dejar por el camino (o tirar debajo del tren) a Morneau hará posible que parte del público lo perciba como principal responsable del escándalo WE, pero operará además a varios niveles.

  1. Descomprimirá la presión ejercida por Blanchet y el Bock Quebecois ya que le dará razones para no llevar su apuesta hasta las últimas consecuencias.
  2. Le abrirá las puertas al NDP y al partido Verde para que no le retiren la confianza al gobierno y puedan evitar unas elecciones anticipadas que podrían no serles favorables.
  3. Aislará al Partido Conservador en posiciones que generan rechazo en buena parte del electorado extra-partidario y, en el caso de que finalmente se anticiparan las elecciones, colocará al Partido Liberal en condiciones de decir “casualmente estábamos cumpliendo con lo prometido”.
  4. Posibilitará que, si las ayudas a la población cuyos empleos no se han recuperado continúa unos meses más, esa actitud de comprensión y de acercamiento a los reclamos que llegan desde la izquierda se le pueda atribuir a la nueva ministra y al oportuno gesto del Primer Ministro al haberla nombrado.

No se trata de una jugada audaz, porque deshacerse de alguien no muy popular no entraña grandes riesgos. Y podría estar demostrando una cierta «fatiga» en el poder. Pero es una jugada inteligente.

A pesar de ello, no está claro si la jugada, además de inteligente es oportuna.
Si el alejamiento de Morneau hubiera sido la consecuencia de un proceso negociador con el Block, con el NDP y con el Partido Verde, seguramente resultaría más creíble. Y le daría al partido de gobierno un margen mayor de maniobra en el difícil período que deberemos enfrentar en los próximos meses. Pero la posibilidad de aprender de sus propios errores parece ser ajena a un partido empeñado siempre en gobernar solo.

Parecería que esa necesidad casi obsesiva por manejar todos los resortes del poder aún estando en minoría forma parte del ADN del partido ya que son poquísimas las oportunidades en las que se han resignado a no hacerlo, y la suspensión de las actividades parlamentarias hasta el 23 de spetiembre no hace más que confirmar algo que ya sabían los griegos hace dos mil quinentos años: el orgullo ciega.

El Partido Liberal cometió el error de negarle a sus votantes la reforma del sistema electoral que había prometido en 2015 y eso le costó la mayoría en 2019. No tuvo la generosidad y la sensatez de construir una coalición a inicios de 2020 y lo pagó con un escándalo que hubieran evitado de no haber estado gobernando sin controles. Protagonizaron hace 5 años un resurgir de la política como espacio donde soñar y creer, y fueron los beneficiarios del mayor aumento del voto juvenil registrado en 60 años, para naufragar ahora a la vista de todos, realizando acuerdos indefendibles con una organización de caridad que parece más capaz de organizar galas y festejos que de ocuparse con seriedad de la pobreza.

Y no parecen haber comprendido aquello de que la principal preocupación que los líderes políticos deben tener es mostrarle al electorado que es una buena idea confiar en ellos y reelegirlos.

La fatiga se percibe y los dados están en el aire.


Hemos compartido una versión similar de esta nota en la edición 361 de Correo Canadiense


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